martes, 15 de diciembre de 2009

Tortura de nunca acabar

Mente en blanco. El pulso sube. Tensión en aumento. Tu boca se seca. La ansiedad te consume. Sudor frio. El miedo fluye como un rio de sangre sobre tu piel. Manos y pies fríos. Se entumecen. Y la desesperación se apodera del resto de alma que te queda. Los músculos no te responden, ellos ya no te obedecen tienen un nuevo dueño. Las pupilas se dilatan al ver tu destino.
El pulso sigue subiendo. Silencio. Mas silencio. Un silencio que aturde. La tortura da inicio. Un dolor ignoto interno recorre cada rincón de tu cuerpo. Un sonido estridente destruye tus tímpanos.
Pero la mayor tortura no son estas indescriptibles sensaciones, sino no poder expresarlas. No poder gritar, no poder llorar, no poder retorcerte en el piso estrujando tu cuerpo por cada centímetro cuadrado de suelo mientras una mezcla de sudor y sangre fluyen de los estigmas de un castigo que parece ser eterno; no poder escucharte suplicar y rebajar tu persona por un instante de tranquilidad.
Dulce despertar. Ya no hay dolor, ya no hay tortura. Estas a salvo o eso es lo que crees, leyendo… lo que no tardara en sucederte.
Mente en blanco. El pulso sube. Tensión en aumento…

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